Por Marcela Isaías
La investigadora radicada en México asegura que se llegará a las metas de alfabetización mundial sólo si se toman en serio las declaraciones y compromisos asumidos
Emilia Ferreiro: “Con los niños se puede dialogar de igual a igual”
La educadora argentina fue reconocida por el Concejo como visitante ilustre de Rosario
No es la primera vez que Emilia Ferreiro, la educadora argentina radicada en México y discípula de Jean Piaget, llega a Rosario. Esta vez es para dictar un seminario de posgrado en la Facultad de Humanidades y Artes de la Universidad Nacional de Rosario, pero también para ser distinguida como visitante ilustre por el Concejo Municipal y participar de un acto homenaje a su trayectoria que le organizó la comunidad académica local.
No es para menos: la investigadora del Centro de Investigación y de Estudios Avanzados del Instituto Politécnico Nacional de México (Cinvestav) y varias veces reconocida como doctor honoris causa por distintas universidades del mundo, entre ellas la UNR, tiene un largo camino de trabajo en materia de alfabetización, marcado por un fuerte compromiso social y sobre todo de amor y respeto por los niños.
Ese reconocimiento genuino por el intelecto de los chicos es lo que guió sus investigaciones sobre la lengua escrita y derivó en el libro “Los sistemas de escritura en el desarrollo del niño” (Siglo XXI), publicado en 1979 junto con Ana Teberosky, obra que pronto cambiaría la mirada sobre cómo los niños aprenden a escribir. Sucede que Ferreiro dejó de preguntarse cómo enseñar mejor a los chicos a escribir, para dejar que los niños hablen y muestren que sí piensan sobre la escritura.
No es casual así que casi al final de una prolongada charla se acomode en su asiento, amplíe su sonrisa y cambie la mirada casi al borde de la emoción cuando se la invita a hablar de los niños, con quienes asegura “se pude dialogar de igual a igual”.
—Sus investigaciones tienen la base común del gran respeto que guarda hacia el intelecto de los niños. ¿Cómo se logra ese respeto?
—Eso lo aprendí de mi maestro Jean Piaget. Una de las cosas que enseña el modo de acercamiento piagetiano a los niños es el respeto intelectual. Cuando se dialoga con un chico suponiendo que él piensa algo sobre cierto fenómeno o problema y que uno legítimamente quiere entender ese pensamiento, no imponerle el suyo, termina reconociendo que el niño es “une partenaire intellectuel” (la palabra correcta la encuentra en francés), con el cual se puede estar de igual a igual. Los chicos se dan cuenta cuando uno tiene interés legítimo para ver cómo piensan o cuando simplemente se les está preguntando algo para decirles: “Pero, ¿no te das cuenta de que eso no es así?”. Esa experiencia de diálogo intelectual con los chicos es un aprendizaje que me quedó para toda la vida. Porque se pueden cambiar los temas, pero siempre hay razones para suponer que los chicos piensan algo respecto de algo. Por ejemplo sobre la escritura. La escritura está circulando alrededor de ellos desde cuando nacieron, es muy difícil que no se hayan preguntado “¿qué diablos es esa cosa y para qué sirve?”. Es verdad que muchas veces en el diálogo dicen cosas confusas, pero, bueno, es que está hablando de cosas complicadas, que no son fáciles de explicar. Cuando uno trata de entender qué está diciendo ese niño y le expresa: “No termino de entenderte”, es allí cuando empieza un diálogo donde uno pone algo de su parte y el chico también lo hace.
—Un ejemplo de ese diálogo…
—Cuando estuve estudiando problemas de negación, proposiciones negativas, le pedí a un chico de 5 años que sobre el modelo de (oración) “Un pájaro vuela” tratara de escribir primero “Dos pájaros vuelan” y luego “No hay pájaros”. Este chiquito de 5 años, de Monterrey, al norte de México, me dice: “Las letras de no hay pájaros te las tengo que hacer chuecas”. Con sus cinco años ya se imponía la tarea de hacer chuecas las letras que apenas sabía dibujar. Era como una tarea casi imposible. Pero qué me estaba diciendo este niño: que las letras de “no hay pájaros” no podían ser otras letras, porque las otras son para decir verdad no falsedad. Y “no hay pájaros” es falso y por tanto no se pueden poner las mismas letras que se usan para decir “sí, hay pájaros”. Entonces ahí descubrí que algunos de los problemas que tenía para escribir enunciados negativos tenían que ver con una dimensión que yo no había considerado, que es la falsedad. Cuando te encontrás con un chico de cinco años que es capaz de pensar sobre la dimensión de verdad-falsedad vinculada con la escritura, bueno, mis respetos por ese niño. Nadie se lo enseñó, pero es cierto que en el mundo social ¡vaya que la escritura está relacionada con la verdad-falsedad! Todo el problema de la organización burocrática del Estado tiene que ver con que hay que dar prueba por escrito de posesiones de bienes, de identidades, de todo. El poder de la escritura para determinar el estatuto de las personas es enorme y esas son las letras de veras de las que habla este niño, y “si tú tienes que decir algo que no es verdad, bueno entonces te lo hago chueco”.